Dedicado a aquellos que me recibieron y protegieron en
tierras del sur en épocas difíciles, a
todos ellos, a los futuros integrantes de la autodefensa del sur del
continente.
“Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera, tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera.” Martin Fierro.
Jose Hernandez.
EN DEFENSA DE LA
AUTODEFENSA… La Lucha por un Derecho Natural.
“La Defensa del Sur del continente, no recaerá en
anticuadas, corruptas e ineficaces instituciones republicanas heredadas a la
fuerza, promovidas y auspiciadas por oscuros intereses anglo-imperiales, NO, la
Defensa del sur del continente estará en manos de verdaderos patriotas para
quienes la patria no es, ni ha sido nunca un concepto jurídico, ni una
institución avalada por organismos internacionales, verdaderos patriotas
conscientes que la patria va de norte a sur y la defensa de la misma depende
únicamente de ellos y su voluntad de mantenerla libre de la invasión y el robo
por parte de su eterno y más voraz enemigo. Ellos, los verdaderos patriotas del
sur del continente son quienes marcaran la diferencia entre ser un pueblo
fraccionado e invadido, y uno libre, justo y soberano. La invasión y el robo de
la Patagonia son una realidad, y la Defensa de la misma también debe serlo. Con
la sangre de estos Héroes, se escribirá la historia de la Autodefensa del sur
del continente.”
La Defensa del Sur.- Del libro "EN DEFENSA DE LA
AUTODEFENSA"...La Lucha por un Derecho Natural.
Diego A. Proscrito.
Poema y colaboración para el libro “En Defensa de la
Autodefensa… La Lucha por un Derecho Natural.” por el Poeta y Escritor
argentino Juan Pablo Vitali, Camarada y Amigo que ahora reposa en el Eliseo.
Un sable al sol
Una bayoneta
La medalla del abuelo
Oxidada de mar
Y colgada con su foto
De uniforme.
La escopeta del campo
Y el revólver
Con el que nos salvó del puma
Nuestro padre joven.
Todo eso es parte del pecado
El honor es rebelión
Contra el sentido del mundo.
Arjuna hubiera sido hoy
Un delincuente
Y su arco Gandiva
Confiscado.
Sólo muy pequeñas
Manadas de dioses
Pasarán por las grietas
De la devastación.
Cuando nuestros abuelos colgaban la escopeta en la pared de
madera, no hacían ostentación de la violencia. No era aquella un arma ofensiva,
sino más bien un símbolo. Un último recurso y un ejemplo de hombría, de
dignidad viril, de anuncio social sobre cuál era el último recurso y la
conducta final del responsable de la defensa familiar.
El mismo modo el cuchillo, herramienta y arma del criollo,
puesto en la cintura del hombre como perfección estética y filosófica de la
hombría. Ningún arma de invasión, ningún despliegue bélico. Solamente el
símbolo, para determinar la visión del mundo de la comunidad orgánica y su
compromiso tradicional.
La violencia del medio, no puede cambiarse tanto con armas,
como con sentido común y organización. El monopolio de las armas para los
ajenos, es siempre el final de los propios. Es algo muy simple de ver. Pero la
glándula de la supervivencia nos ha sido extirpada. El arma era construida con
belleza, para que el símbolo estuviera a la altura de la estirpe. Era como un
cuadro o como una canción, era una escultura épica con trazos de maestros
tradicionales. Como las katanas o los arcos yumis japoneses, como cualquier
espada o arco tradicional. El arma de acero y de corte o las primeras armas de
fuego, conservaban esa hechura artesanal sagrada.
Primero, para desmontar el espíritu del hombre, hay que
desmontar sus símbolos. Se bajan y se degradan sus banderas. Se quitan las
armas, que aunque no signifiquen mucho a veces en el concierto de la relación
de fuerzas, significan mucho en el sentido cósmico de su esencia, de su
presencia simbólica en relación con la hombría de bien, en relación con lo atávicamente natural
y tradicional. Recuerdo el revólver o la escopeta, la navaja o el facón, como
elementos míticos pasando de padres a hijos. Eso ya no ocurre, e incluso es
considerado un delito hacerlo, equiparado el viejo revolver lechucero a un
moderno M-16. Es un arma, es parte de una masiva e indiscriminada condena.
En el campo hay gente que todavía conserva esa costumbre,
pero ya sin munición útil, los fierros se oxidan como un tiempo despreciado y
proscripto. Es la última posibilidad del hombre de conservar su esencia épica,
su mito fundacional. El recuerdo de cuando cualquier comunidad orgánica tenía
sus propios maestros armeros venerados, y sus guerreros no debían utilizar más
armas que las creadas por el genio de su raza. Su propia estética y su forma
los acompañaban en el último aliento de vida si era el designio de los dioses,
y esa estética guerrera los distinguía de otras identidades. No hacía falta decir
quiénes eran, al golpear las puertas de cada particular Walhalla.
Lo que está cerca de la sangre, está también cerca del
espíritu. Porque la sangre es la única materia que transmite espíritu. Por eso
aún las más sofisticadas máquinas de guerra, mantienen algún tipo de magia
mientras sean manejadas por un hombre. Pero eso pasa cada vez menos. Ya la
máquina maneja a la máquina y además la produce. La muerte es un trámite tecnológico, un demoníaco
fulgor creado por un dios impostor que avanza con el sentido del mundo.
No es la posibilidad de victoria lo que nos quitan, con la
imposibilidad de tener un arma. Nos quitan la posibilidad de dar un testimonio
final. Nos quitan hasta la posibilidad de la heroica derrota. Porque “Hay
derrotas que tienen más dignidad que una vitoria” como dijo el gran Borges. Ya
nadie podrá morir en una carga a sable en la llanura, como murió su abuelo. Ya
nadie se medirá en un duelo a cuchillo, como el protagonista del cuento “El
Sur”. Es todo un mundo el que se prohíbe, hasta en su núcleo más inofensivo y
sencillo, hasta en su elemental pulsión de íntimo sacrificio personal. El
desprecio de lo heroico y de lo básicamente natural. La anulación de toda
intención gregaria, de todo amor, de toda ley cósmica elemental.
Hasta la interrelación con el medio se nos arrebata. Se nos
pondrá por detrás de los milenios, se nos reducirá al hombre ameba, al pequeño
parásito, a la desaparición. Pero en la otra punta del juego, está la
concentración total de las posibilidades de destrucción. Son las creencias las
que en realidad destruyen. Las masas creen en la autoeliminación. Las élites
crean la creencia de las masas. Es algo curiosamente antinatural. Es el sentido
del mundo, la paradoja de la historia lineal. Todo lo que las élites aberrantes
logran, es un progreso, aún a costa de la extinción personal. Te matan, y los
condenados dicen: todo va a mejorar.
No hace mucho, el bushido era una realidad. Los criollos de
no hace mucho, creían en la fatalidad del coraje, en un último acto de estética
hombría en el combate. Fueron condenados por eso. Y la primea condena fue no
crear ni tener sus propias armas. Recuerdo ese simbólico reguero de fusiles
tirados en el piso en las Malvinas. Recuerdo la resistencia a lanza y de a
caballo, de los últimos criollos levantiscos de mi tierra. Recuerdo muchas cosas del pasado no tan
remoto.
Recuerdo ese revólver con el que el capataz trataba de
mantener a raya los pumas, mientras se abrían las brechas del ferrocarril.
Recuerdo la luger, que mi tío abuelo no llegó a alcanzar en el mostrador de su
negocio, y que le costó la vida. Hombres con voluntad de lucha, con un último
recurso elemental de autodefensa, de auto conservación. Ahora que la
concentración de las armas es un monopolio casi universal, se las prohíben a las
personas buenas, a los que sufren el embate de la bestialidad descontrolada. Ni
siquiera un arco o una ballesta son bien vistos, ni siquiera una espada antigua
o un viejo puñal. Nada que vaya contra el sentido del mundo. Ni siquiera el
arte de la defensa personal. Las leyes penan todo esto. Lo penan cada vez más.
La visión desnaturalizada del universo, no lleva más que a
la extinción del hombre. Porque el universo es demasiado para el hombre y sigue
sus leyes. Pero acaso a quienes ejercen el poder sobre el resto les sea útil, y
se queden con el mundo para ellos. Todo puede ser. Si colapsa el sistema quizá
se beneficien también. Uno no conoce sus planes finales. Pero ese núcleo
pequeño está fuera de control, aún del propio control.
La manada de lobos lleva tan ínsita su naturaleza y
jerarquía, que no habría modo de quitárselas a no ser suprimiendo la manada.
Esa es acaso la única salida posible, si sobreviven algunos hombres
verdaderos. Reimprimir en la genética lo
que se trató de quitar. Reestructurarse en torno de lo elemental. Hacer
nuevamente el gran viaje hacia el interior del hombre. Acaso el único viaje
posible para mantener la especie. Retomar un espíritu tribal y
nietzscheanamente resistir y crecer.
Cuando las máquinas y sus dueños buscan el control absoluto
del hombre, entrar en su cerebro para no salir nunca más, solamente podemos
buscar variables ilógicas para sobrevivir. Un dios nuevo, un atavismo visceral.
Una comprensión súbita. Preguntarse cómo puede ser la vida de una comunidad
virtual, sin la vida de una comunidad real. Esa comunidad real cuyo símbolo era
el arma y su jefe el guerrero. Quizá el único dominio a ejercer, sea ahora
salirse de algún modo del dominio total. Todo parece estar controlado, sin
embargo siempre hay un imponderable. Para evitar ese imponderable se vuelve al
hombre el eslabón más débil del sistema. Dominado por la estructura de la
máquina, se torna subhumano, inofensivo y se autoelimina sin que ni siquiera se
lo pidan. Un arma, no es más que el símbolo atávico de la plenitud humana.
Cualquier arma y cuanto más mítica mejor, se torna no tanto un elemento de
autodefensa, ya que las más de las veces no alcanza, sino una ayuda memoria de
la identidad perdida, de una realidad real confiscada por el no tiempo y el no
lugar de las redes y de la ideología.
Desalojar de la sangre esa antiquísima impresión, es algo
que se está haciendo velozmente. El ser humano involuciona. Vive ya conectado a
un gran sistema virtual, minimizando sus
posibilidades de todo tipo. Sin embargo mientras no se llegue a una total
materialización del tipo matrix, siempre existe una posibilidad de falla en el
sistema. Una nación de hombres armados con cierta cohesión, es impensable para
un sistema así. Cualquiera sea el país, pero más aún cuando nos referimos a
personas capaces y con una historia milenaria importante.
Las palabras también nos son quitadas, porque también son
símbolos. Pero debemos arrojarlas una y otra vez aparentemente al vacío, como
semillas cósmicas de liberación espiritual. Buscamos grietas en un sistema
blindado. A veces caemos en la desesperación, pero el universo es extraño.
Debemos buscar las grietas atravesando espacios concretos. Salgamos afuera en
manadas pequeñas, silenciosas. Que las armas queden grabadas en la memoria
elemental. En la chispa espiritual que alumbra los estrechos senderos de la
edad oscura. No hay mejor arma que el hombre mismo.
Juan Pablo Vitali.
VERITAS ANTE OMNIA.
Diego A. Proscrito.
kentaurdosmedias@gmail.com